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Padres felices, hijos felices

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En condiciones normales de salud mental, tanto padres como madres desean lo mejor para sus hijos, aunque no tengan muy claro en qué consiste “eso mejor”, ni que deben hacer para llevar a cabo la difícil tarea de educar apropiadamente, razón por la cual y con cierta frecuencia, consultan libros o bien asisten a charlas y conferencias, esperando encontrar allí las pautas que les señalen el camino. Si bien todo esto puede resultar muy útil, nunca se pueden saltar esos primeros pasos que comienzan con ellos mismos, es decir con los propios padres. ¿Las razones?

En primer lugar porque, con frecuencia, muchos padres provienen de hogares disfuncionales, con padres en conflicto o bien con carencia de afecto y de una adecuada comunicación en el hogar. Desafortunadamente, estos modelos tienden a repetirse sino son tratados adecuadamente.

En segundo lugar, porque en todos nosotros existen creencias, hábitos de conducta, de formas inadecuadas de reaccionar  que se han ido cristalizando a lo largo del tiempo y que en el presente pueden ser causa de malestar y de obstáculo en el propio desarrollo, lo cual inevitablemente se reflejará en el hogar, en al ámbito laboral y social.

De ahí, la importancia de dedicar un tiempo a la reflexión, al crecimiento y superación personal, a la corrección de viejos e inadecuados patrones de conducta. Sin lugar a dudas, los padres felices tienen una mayor probabilidad de crear verdaderos hogares donde cada miembro de la familia sea respetado, escuchado y apoyado en su crecimiento como ser humano único, valioso.

Por supuesto que, paralelamente, los padres, han de documentarse para comprender adecuadamente a  niños y adolescentes de manera que la convivencia en el hogar sea motivo de encuentro, de armonía en que cada quien pueda alcanzar el desarrollo de su pleno potencial.  

Maira Fuencisla Rodríguez.

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